En junio de 1975 el Valencia viajó a Extremadura para cerrar la temporada con la disputa del Trofeo Ibérico frente al Club Deportivo Badajoz y al Standard de Lieja. En el primer partido contra el equipo local, apareció Ramón Rivera, que completó un partido antológico y marcó un golazo en gran jugada personal arrancando desde atrás con un disparo ante el que Valero apenas pudo hacer mucho más que mirar cómo el balón entraba en la red. El ex-internacional juvenil era la estrella del equipo, impecable de planta y técnica, un líbero que sacaba el balón con elegancia y capaz de jugar el balón con claridad y profundidad.

La sensación fue tan buena que Milosevic y los técnicos del club no dudaron sacarle un billete para el viaje de regreso a Valencia. En Mestalla, sin embargo, le esperaban tiempos revueltos y sólo pudo estar una temporada. El técnico serbio le sacó de su posición natural para hacerle jugar de interior, por lo que apenas pudo demostrar su cualidades futbolísticas. Tras la destitución del entrenador, Manolo Mestre apenas contó con él y terminó jugando sólo cuatro partidos de Liga, por lo que al finalizar el curso prefirió probar fortuna en el vecino de enfrente.

Marchó cedido al Levante, donde tampoco tuvo muchas oportunidades en una difícil temporada bajo las órdenes de Ramón Miralles, primero, y del ex-valencianista Álvaro Pérez, después. Participó en cinco partidos de Liga en Segunda División mientras completaba sus estudios de Filosofía y Letras, y tras el descenso del conjunto granota, regresó a su tierra, donde una gravísima lesión le obligó a retirarse antes de tiempo para dedicarse a tareas técnicas. Una vez retirado del fútbol fijó su residencia en Badajoz, dirigiendo una explotación ganadera.